Es cierto que la fe y la vida eterna no se pueden merecer por las solas fuerzas naturales del hombre: son un don gratuito de Dios. Pero el Señor a nadie niega su gracia para creer y para salvarse. Es la voluntad de Dios que todos los hombres se salven. Ahora bien, si uno pone obstáculos al don de la fe, es culpable de su incredulidad. Santo Tomás de Aquino afirma: Puedo ver gracias a la luz del sol; pero si cierro los ojos, no veo. Esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía. Por el contrario, los que no oponen resistencia a la gracia divina llegan a creer en Jesús, son conocidos y amados por el Señor.
Opinión
Domingo 4º de Pascua (Jn.10,27-30)
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