El viernes por la mañana me levanté con una noticia que me dejó entre frío, desanimado y preocupado. Aparecía en la edición digital de El País y en ella se explicaba que la suavización de las reglas de la Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU), lo que en mis tiempos era la selectividad, ha aumentado la diferencia en las notas medias entre autonomías, reduciendo además la distancia en el porcentaje de aprobados entre unos territorios y otros. Incluso, se aseguraba que en 2021 se alcanzó un récord de aprobados con un 92,% de los presentados.
Más allá de que pueda ver con cierta envidia sana que esto no pasara en mis tiempos, cuando aprobar no parecía a priori tan fácil como ahora, es un dato que me deja bastante preocupado. Yo nunca fui un estudiante modelo y, de hecho, tuve que presentarme a la Selectividad en septiembre por una serie de errores que cometí cuando a los 17 años uno se cree el más listo del mundo. Sin embargo, con el tiempo, la edad y la perspectiva del que poco a poco ha ido creciendo aun sin querer, me he dado cuenta que fueron muy necesarios aquellos suspensos en Matemáticas y Filosofía. Aún recuerdo como aquel gran resbalón me hizo ponerme las pilas a tope durante ese verano, ayudándome a valorar mucho mas lo que tenía a mi alrededor, descubriendo que el esfuerzo y la dedicación son básicos para conseguir tu sueño, en mi caso el de matricularme para estudiar Periodismo en la Universidad.
Por eso ahora me pregunto si los jóvenes de nuestros días eso lo tendrán en cuenta viendo que se han rebajado las condiciones para pasar de curso. Cuando yo era estudiante, desgraciadamente, el que venía de repetir curso era casi como un apestado en la clase a la que se incorporaba, y por eso todos intentábamos aprobar todas las asignaturas como fuera para que esto no pasara. Ahora, con la nueva ley en la que los alumnos podrán pasar de curso sin límite de suspensos e incluso podrán presentarse a la Selectividad sin haber aprobado todas las asignaturas, todo cambia y creo, humildemente, que para mucho peor. Es cierto que nunca he sido un defensor de que a los niños y niñas se les tenga que obligar día sí y día también a estudiar y a hincar codos, como se decía en mis tiempos, mientras corren el riesgo de perderse todo lo bueno que tienen a su alrededor, pero como todo en esta vida la virtud está en el término medio. Con esta ley se lanza un mensaje de que el esfuerzo no tiene recompensa y de que se premia a todos aquellos que hacen lo justo para ir superando sus tiempos de escuela sin más interés, sentando un peligroso precedente.
Al mismo tiempo surge el debate de que esta nueva norma no hace mejores a los alumnos. Cuando yo estudiaba, aunque solo fuera porque te lo aprendías de memoria para un examen o porque tenías que tomar apuntes sin perder un detalle de lo que comentaba el profesor ante los temidos suspensos, poco a poco la materia en cuestión se te quedaba en la cabeza. Casi sin querer, y aunque el profesor no fuera demasiado vocacional, algo ibas aprendiendo y yo, de hecho, aún recuerdo cosas de aquellos tiempos que me han ido sirviendo aunque solo sea para ganar de vez en cuando al Trivial a mis amigos. Sin embargo, ahora da la sensación de que todo será distinto porque faltará ese esfuerzo, ese plus de motivación para evitar el ‘Suspenso' o el tremendamente temido ‘Muy Deficiente' al que todos teníamos pavor cada vez que recibíamos las notas, y que todo se limitará a poder consultar todo lo que hay a nuestro alrededor en nuestro teléfono móvil como si la verdadera fuente de la sabiduría se encuentre en Google y en su famoso micrófono.
Otro de los datos preocupantes de la noticia firmada por Ignacio Zafra es que el porcentaje de aprobados difirió hasta en 7,7 puntos porcentuales entre las comunidades autónomas de nuestro país y que la distancia entre las notas medias llegó a ser de hasta un punto. Algo que se debe, según se explica en el artículo, a que cada autonomía organiza sus pruebas de Selectividad aunque el distrito universitario es único, lo que permitirá al joven después matricularse en una carrera en cualquier facultad de España. Así, el mayor número de aprobados se registra en Euskadi (97,6%), Castilla y León (97%), La Rioja (96,4%), Aragón (95,8%) y Navarra (95,1%) mientras que entre las cinco peores están Madrid (92%), Andalucía (90,8%), Galicia (90,5%) y Canarias y Baleares, ambas con el 89,9%. Además, nuestra comunidad autónoma también está la última en los rankings que miden la nota media de los aprobados procedentes de Bachillerato con 6,2 y en el de porcentaje de alumnos que el año pasado lograron sobresaliente en la Selectividad con apenas un 1,9% cuando la media fue en el 6,5%.
A nadie le gusta estar último y supongo que menos aún en un tema tan delicado como la Educación. Son cifras que resultan cuando menos llamativas, pero también tienen una doble vertiente. Eso de ver el vaso medio lleno o medio vacío. Hay quien pensará que en Baleares tenemos un sistema educativo que no funciona y otros que pensarán que son buenos datos porque somos más exigentes con nuestros alumnos y que eso siempre es bueno. El caso es que yo no sé qué pensar porque, aunque nunca he creído que ganar sea lo más importante en la vida, ser el último nunca me ha gustado. Creo humildemente que nos lo tenemos que hacer ver, pero mientras tanto yo les puedo asegurar que como no pienso conformarme con lo que propone la nueva ley haré todo lo que esté en mi mano, junto a su madre y su lala, para educar a mi hijo de la mejor manera posible. Para que Aitor sepa que no se va al colegio y al instituto solo por ir, que es un lugar donde se aprende y que tiene que esforzarse e intentar ser mejor cada día por más que ya no exista ese miedo que todos teníamos a los suspensos. En fin, que seguiremos luchando a pesar de que los que mandan sigan empeñados en desanimarnos.
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