En el fútbol actual sólo valen los resultados. Se quita el valor al trabajo, se tenga poco o mucho acumulado de preparación. A diferencia de otras profesiones, el fútbol es un juego que pasó a ser un deporte, y como tal influyen varios aspectos internos y externos que ni los directivos ni aficionados son capaces de comprender y muy poco valoran. Como en todo juego, se compite y se quiere ganar. Lamento que sea a cualquier precio.
Un entrenador puede ser un gran conocedor de lo táctico; ser un buen orientador desde el rol de psicólogo y tener un buen manejo de grupo; ser un gran líder; o tener experiencia.
Pero si no tiene buenos jugadores, capaces de desarrollar toda la preparación diseñada y entrenada para que marquen goles y, producto de ello, ganen partidos, de nada sirve todo lo planeado y desarrollado. Como ejemplo tenemos grandes entrenadores de moda, siendo los primeros en exigir a sus clubes buenos jugadores. Actualmente, si se dan varios resultados negativos, el entrenador es el responsable, aunque no haya sido el que determinó los fichajes.
Las directivas, los medios de comunicación y los aficionados se creen todos entendidos en fútbol y ese es el gran problema. Se dejan llevar por los resultados inmediatos, sin apreciar el trabajo del cuerpo técnico ni el juego del equipo. Su interés está sólo en ver ganar, una lectura muy corta y superficial.
Antes, en ligas como la Premier, se mantenía al entrenador durante varios años para que pudiese desarrollar su modelo y estilo de juego, su proyecto. Casos como el de Arsène Wenger y Alex Ferguson, quienes en la actualidad ya no están en activo, no existen.
Hoy, un entrenador de la alta competición vive las 24 horas el fútbol. Tiene que dirigir el cuerpo técnico, preparar los entrenamientos y los partidos, estar pendiente de cada uno de sus jugadores, los fichajes de los equipos rivales y tomar decisiones. También debe buscar el mejor rendimiento individual y del equipo, analizar, planificar, transmitir tranquilidad, atender a los medios de comunicación, vivir y sufrir cada partido, porque a veces no puede cambiar el rumbo del juego, aunque lo intente, ni el estado de ánimo de sus jugadores.
¡No debe decaer! Cuando gana, ya tiene que pensar en el próximo rival y hacer análisis del partido. Cuando pierde, tiene que fortalecerse y preparar el próximo. Ha de transmitir su fortaleza a los demás. Se acuesta pensando en fútbol. Se levanta pensando y viviendo fútbol. Y, cuando los resultados son adversos, a veces no puede ni dormir o apenas lo necesario, lo que deteriora su calidad de vida.
Eso es la soledad del entrenador. Para muchos no vale el trabajo, los conocimientos ni la dedicación. Cuando hay un triunfo, la mayoría de veces son los jugadores los que se llevan los elogios, pero, cuando los resultados son adversos, la culpa la tiene un solo responsable: el entrenador.
Por tal razón, la profesión de entrenador es de las más ingratas, ya que no depende únicamente de su trabajo. La conclusión, por desgracia, es que sólo valen y pesan los resultados cuantitativos y la inmediatez a la hora del balance de un juego, de una temporada. Son las estadísticas las que hoy permiten mantener el rol de primer entrenador.
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