Tuve la oportunidad de entrevistarle cuando cumplió los 95 años y volví a hacerlo al cumplir los 100. Mantenía intactos sus recuerdos de juventud y madurez, lo cual era un enorme tesoro para quien quisiera escuchar.
Nacer en la Mola 50 años antes de la llegada del turismo, realizar siete años de servicio militar en plena guerra civil, dejarse la piel trabajando en las salinas y pasar toda la vida cultivando y viviendo del campo dan para muchos recuerdos.
Cuando Pep se casó, heredó de su tía la casa de Can Xumeu Petit, justo en el punto más alto de la isla (Sa Talaiassa, 192 m.) y las tierras aledañas. Aquella herencia marcó la hoja de ruta de toda su vida. Pep fue un pagès de los de verdad y de la tierra dependía su subsistencia.
Cultivó cereales y «de todo un poco» como él decía, perdió a un hijo y a su mujer, y pasó sus últimos años en compañía de su hija Rita, que le cuidaba con amor. Su tiempo final lo dedicaba al cuidado de unas parras excelentes y sus más de 50 palomos, y viendo el tiempo pasar en la calma del campo de la Mola.
La generación de Pep nos está dejando y con ella se van las viejas costumbres pagesas, la solidaridad, la buena vecindad, el festeig, las cantades pageses y una forma de vida impensable en la sociedad del siglo XXI.
Su familia ha tenido suerte de poder aprender los valores del «güelu», que deja una huella imborrable, al tiempo que me hace reflexionar sobre los valores que nosotros vamos a dejar a nuestros hijos y nietos.
Qué distinta la Formentera que Pep conoció al nacer a la que vio antes de partir. Descanse en Paz.
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