Embarcaciones con destino a Formentera. | Marcelo Sastre

Encaramos la recta final de septiembre y la temporada turística en Formentera va tomando velocidad de crucero, lenta y tranquila. Hoy quiero recordar los primeros turistas que llegaron en abril y mayo, recién salidos del confinamiento y con mucha incertidumbre sobre el puñetero virus. Aquella tímida luz al final del túnel hizo que algunos empresarios turísticos de la isla empezaran a pensar en que se podía salvar una temporada que unos meses antes se vislumbraba poco menos que imposible. Tenemos mala memoria, de esto que les cuento hace apenas tres meses. Luego llegaron junio y especialmente julio y agosto y la isla se vistió con sus mejores galas para llenarse hasta la bandera, con todas las plazas ocupadas y los restaurantes y negocios a todo trapo.

Pero en todo momento, entre los isleños, el comentario era: «Salvaremos la temporada, si no pasa nada grave». Y nada grave ha pasado. El número de contagios, lógicamente, creció al principio y después ha ido disminuyendo, siempre dentro de unos números bastante aceptables. Y aquí entra en juego una vez más, el famoso ‘ángel de la Guarda' de Formentera, del que ya les he hablado alguna otra vez. Lo digo porque a pesar de que los empresarios han aplicado mayoritariamente las normas anticovid de forma escrupulosa, también ha habido imbéciles que creían estar por encima del bien y del mal y para los que las normas eran absurdas.

A ellos me referí en esta misma columna y me pusieron calentito en las redes sociales. Uno de ellos, deseando incluso mi infertilidad, para según él «no crear engendros a mi imagen y semejanza». Amigo, si me está usted leyendo, sepa que llega tarde, ya tengo dos retoños la mar de ‘salaos', y ahora lo de la infertilidad, casi que me vendría bien. Total, que al final: salvados por la campana. De momento.