Algunos ingenuos todavía tienen el atrevimiento de pensar que una democracia consiste en tener un Estado de Derecho en el que todos tenemos derecho a un procedimiento judicial con todas las garantías. El siglo XXI, el prime time y las redes sociales han demostrado que no. En estos difíciles días de aspavientos, hipérboles y victimismos, los tribunales enjuician y otros condenan. Ahora la integridad de una persona no depende de su conducta y mucho menos de si es inocente o culpable, depende de lo que guíe el instinto de una caterva de legos a los que nadie ha elegido. En eso nos hemos convertido.
Juicios paralelos
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