Desde el pasado 14 de marzo, nuestro país se encuentra sometido a los requerimientos establecidos por la declaración de estado de alarma, situación que está previsto que finalice el próximo día 21 del presente mes de junio. Combatir la pandemia de cor3vid-19 ha supuesto sacrificios a todos los niveles: el confinamiento en nuestros domicilios, la paralización de la actividad de numerosas empresas, el cierre temporal de la mayoría de comercios y, con ello, el peligro del mantenimiento de miles de puestos de trabajo.
Esta crisis está castigando con especial virulencia a aquellos territorios cuya economía tiene dependencia del sector servicios y más concretamente del turismo. Esto afecta de lleno a nuestra comunidad autónoma, de aquí la tremenda preocupación existente en nuestras islas por el devenir de esta temporada de verano.
Mucho se está comentando sobre lo que nos pueden deparar estos próximos meses de cara a la denominada nueva normalidad y una vez concluidas todas las fases de la desescalada. Seguimos con dudas sobre cuántos hoteles abrirán esta temporada, qué turoperadores turísticos recuperarán su actividad con las islas o qué compañías aéreas volverán a operar en nuestro territorio.
Ahora mismo, toda la preocupación se centra en cómo recuperar cuanto antes la actividad normal de una temporada estival. Para ello, el Govern balear presentó al Gobierno del Estado un plan piloto para retomar la actividad turística antes del 1 de julio, que es la fecha que desde Madrid se ha fijado para que se empiece a recuperar el turismo en nuestro país. Este plan supone la llegada anticipada, concretamente a partir del 15 de junio, de 10.900 turistas alemanes a Baleares y ha sido aprobado.
Oficialmente, eso es lo que debería ser, un plan piloto para todas las islas, si bien, y a la vista de los datos que se van conociendo, está claro que es un plan para Mallorca, sin que el resto de las islas cuenten para nada. Un nuevo detalle de ese tan cacareado federalismo interior, que tan difícil resulta de identificar en las decisiones que se toman en Palma.
En su presentación, se argumentó que se trata de una propuesta ante la necesidad de generar confianza; confianza en que Baleares es un destino seguro para los turistas que puedan venir. Parece ser que esta es la alternativa a ese acuerdo de la Unión Europea que permitiría establecer corredores aéreos seguros entre diversos países de la Unión, corredores de los que a día de hoy nada se sabe.
Pero volvamos a lo de un destino seguro. ¿Seguro para quién? ¿Para los turistas, para los trabajadores o para los residentes en las islas? Estas dudas son totalmente lógicas si tenemos en cuenta los controles sanitarios que habrán tenido que pasar estos casi 11.000 turistas y que consistirán simplemente en una declaración responsable, es decir, rellenar un cuestionario sanitario y en la toma de temperatura en el aeropuerto de destino. Nada de PCR o test rápido ni en origen ni en destino. ¿Y qué pasa con los asintomáticos? El porcentaje de personas que contraen la infección y son asintomáticas puede oscilar entre el 6 % y 41 % de los casos, según la OMS.
¿Existe además garantía suficiente de que esos miles de turistas cumplirán las mismas reglas a las que todos estamos sometidos durante la fase 3 de la desescalada y en la posterior nueva normalidad? ¿Contempla algo de esto el plan piloto? ¿Hay personal suficiente para controlar que ello se cumpla?
Parece claro que la base de ese plan piloto no debería ser solo demostrar que Baleares es un lugar seguro para nuestros visitantes, sino demostrar que también lo es para los residentes; pero parece que esto ahora mismo no preocupa demasiado a nuestros dirigentes. La lógica nos dice que, como ocurre en la mayoría de países, una vez controlada la pandemia en nuestro territorio, los esfuerzos deberían centrarse en la detección de posibles casos importados, sobre todo después del durísimo confinamiento al que nos hemos visto sometidos, pero este plan no parece que vaya a priorizar esto precisamente.
Sinceramente, suele resultar cierto aquello de que no por correr mucho se llega antes. En ocasiones, la precipitación resulta contraproducente.
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