Bartolome Marí Mayans ha sido uno de los grandes embajadores de Ibiza y Formentera. Su absenta, hierbas, frígula, palo, ginebra… contagian alegría y genio por el planeta dipsómano. Conservó la tradición destiladora de su familia y, gracias a su expansión e inspiradora publicidad, era responsable de que en los mejores bares y boîtes del mundo se sirviera el gozoso alcohol pitiuso.
Todavía recuerdo mi grata sorpresa cuando en la barra del hotel Peponi, en la isla de Lamu, pude beber una absenta ibicenca que ponía a raya cualquier molesta malaria. Fue un momento mágico, porque justo cuando brindaba con el hada verde, surgió un podenco que vino a saludarme, reconociéndome como un camarada del dios Bes. Algún viejo hippie lo había traído y corría frecuentemente por la playa alborotando los camellos.
Marí Mayans quiso teñir las aguas del Támesis con una tintura verde para publicitar esa misma absenta. No se lo permitieron, pero no por eso dejaba de ser una idea genial. Seguro que estuvo en la bienal de Venecia en el año 68, cuando el artista argentino, Nicolás García Uriburu, tiñó los canales de un polvo verde que extasió a los gondoleros.
Me place que la destilación siga teniendo cabida en estas islas corsarias. Incluso durante la época musulmana en Ibiza teníamos al poeta báquico Al Sabini, que cantaba que las copas siempre parecían pesadas cuando estaban vacías, pero que al llenarlas se aligeraban tanto como la alegría embargaba al espíritu.
Encontrarse con Marí Mayans siempre contagiaba alegría, tenía la sonrisa pronta y los ojos del soñador que se atreve a poner en marcha sus sueños. Desde estas líneas, brindo por él.
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