No tuve que irme muy lejos para encontrar al ídolo deportivo de mi infancia. Mi futbolista preferido no salía por la TV, ni jugaba en el Barça o en el Madrid. Para verle marcar goles a pares solo tenía que bajar por la calle Soledad, donde vivía con mis padres, y entrar en el campo Municipal de Sant Antoni. Hablo, como mucha gente de mi generación habrá adivinado ya, de Javier Tristán.
Para los que fuimos adolescentes en Sant Antoni a principios de los 80, Tristán era entonces el buque insignia del Portmany. En nuestro pueblo, los domingos por la tarde era cita obligada ir al campo de fútbol para ver a nuestro equipo, entre otras cosas porque jugaba Javier Tristán.
Casi 40 años después sigo pensando que ha sido uno de los mejores jugadores de nuestro querido Portmany, su juego nos hacía disfrutar porque veíamos en él a un delantero con garra, luchador, con carácter y lleno de coraje, de los que buscaban las cosquillas al defensa rival desde el minuto uno. Llegó a ser el máximo goleador de todas las categorías a nivel nacional, su nombre está asociado a unos años muy bonitos, probablemente los mejores de toda la historia del Portmany. Nunca se nos olvidará el gol que Tristán marco el día que le remontamos un 0-2 al Atlético de Madrid de Luis Aragonés. Aquella eliminatoria de Copa del Rey forma parte de la memoria compartida de muchos portmanyins y portmanyines. Unos años antes, siempre con Tristán como abanderado, fuimos a Vallecas para animar al Portmany contra el Rayo Vallecano en otra eliminatoria de Copa del Rey.
De todas estas aventuras y anécdotas hablábamos Tristán y yo cuando me lo encontraba en el banco donde trabajaba, en el campo de Sant Josep o en el banquillo del Portmany, fue el ídolo de mi infancia, pero el día que se marchó también perdí a un amigo.
Viví con él momentos muy bonitos donde se veía el gran ser humano que había detrás del gran futbolista que era Javier Tristán.
Hoy en cada gol que se marque lo celebraremos mirando al cielo, amigo.
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