Hemos asistido en los últimos años en nuestro país al nacimiento de la autodenominada nueva política que en tan solo cinco años ha sido capaz de nacer, florecer y marchitarse rápidamente y hemos asistido al tiempo a la proliferación de los populismos de izquierdas y derechas que, con voz inflamada y fingida indignación, nos han advertido y declarado todas las emergencias posibles sin ser capaces de hacer nada o nos han propuesto llevar armas en el cinto para mejorar la seguridad ciudadana. Nos ha dado tiempo en cinco años a salir de una durísima crisis económica y adentrarnos de nuevo en la desaceleración actual y ante la incredulidad general hemos tenido tiempo también de hacer fracasar tres legislaturas. Todo asombrosamente «líquido» en palabras de Bauman.
Hemos atravesado años de cambios vertiginosos y la incertidumbre es el mejor abono de las soluciones mágicas, de las soluciones simples pero tras la efervescencia la incertidumbre se mantiene y las soluciones de diseño o telegénicas defraudan. Hoy las certezas son menos certezas es verdad pero lo que no ha dado resultado nunca son los engaños.
Los 40 años de democracia en España han dado tiempo para equivocarnos mucho pero con todo, pensado con detenimiento, hay una certeza: el balance es muy positivo. El progreso alcanzado por nuestro sistema de salud puesto de ejemplo en el mundo; el éxito de la red de inclusión tejida por nuestras asociaciones del tercer sector social que ha permitido una adecuada atención a la dependencia y a aquellos que tienen discapacidad; la admiración internacional hacia nuestro saber hacer en turismo; la coordinación entre los distintos niveles de administración que nos permite atender de cerca los problemas y darles solución integrada; la lucha exitosa contra el terrorismo; la adhesión a las políticas y el sistema de vida europeo que han procurado a España los años más prósperos de los que se tiene recuerdo son algunos de los aspectos más destacados de una historia de éxito de la mano, esto también es otra certeza, de la Constitución que nos dimos entre todos.
Por eso se entiende poco, en el contexto actual, que en lugar de destacar las certezas dominen el debate los fanatismos (el primero de ellos el fanatismo separatista), que dominen el debate aquellos que desde la extrema izquierda o la extrema derecha pretenden volver al preconstitucionalismo bien porque confiesan su objetivo de descerrajar la Constitución como se descerraja un candado bien porque propugnan todo aquello que los españoles, por consenso, decidimos dejar fuera de la Constitución. Y se entiende aún menos que los socialistas -que han sido unos de los protagonistas en construcción de la España que hoy vivimos- se sumen, por cálculo electoral, a la llamada de la división.
Hay una España, la inmensa mayoría de España, alegre, decidida, que se esfuerza y está orgullosa de compartir un proyecto en común de mejor progreso para todos. Hay una España que no quiere divisiones, ni debates estériles ni frentismos. Hay una España que discute y que propone siempre preservando la concordia. Hay una España, la inmensa mayoría de España, que quiere seguir mejorando el estado de bienestar, seguir creando empleo y mejorando la calidad del empleo que ya tenemos, que sabe de las dificultades pero no tiene miedo y soló pide que un gobierno esté a su altura.
El Partido Popular aspira a representar todo eso el próximo domingo, desde la humildad, desde la moderación, porque por graves que sean las dificultades sabemos que en nuestro país hay alientos suficientes para superarlas.
Por eso ahora es el momento de dejar atrás la división y la fragmentación. Es el momento de sumar para dejar atrás las anécdotas, centrarnos en lo esencial y trabajar por todo lo que nos une. Hay un país que reconstruir.
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