En la madrugada canalla y sentimental, la carretera que va de Santa Inés a Cala Gració adquiere visos de pesadilla onírica. Miles de árboles que hace unos días eran esplendorosos hoy yacen tronchados y retorcidos de forma espantosa a los bordes del camino, en los tejados de las casas; hay claros desgarrados como una depilación a lo bestia donde antes había bosque impenetrable; y, pese a las sombras que alientan el caballo desbocado de la imaginación, uno siente miedo a pasear la misma zona bajo el sol, porque la noche suaviza todas las formas como una vela hermosea a las viejas coquetas.
El tornado ha sido devastador. Más de cien mil árboles afectados, jardines con años de mimo galante arrasados como si hubieran pasado al galope las hordas de Atila, casas zarandeadas e innumerables bienes perdidos… y tres heridos que volaron en la caseta de una obra, levantada por la fuerza huracanada.
Me cuentan que hubo unos padres que lograron agarrarse como lapas a las rocas de una cueva para sujetar el carrito con su niño dentro. La vida es un milagro diario.
«Los cascos de mi caballo me traen el perfume de las flores que aplastan». Y en la noche brotan fabulosos aromas de resina, romero, lavanda y jazmines que dan su canto del cisne entre la desolación de las ruinas forestales.
La movilización ha sido rápida y brava. El Ibanat y las Fuerzas del Orden siempre responden; y el activo Ayuntamiento de San Antonio se esfuerza por una declaración de emergencia que ayude a muchos vecinos afectados.
Urge limpiar la masa forestal para evitar riesgos de incendio.
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