Ayer, sábado 21 de este mes de septiembre, tuvimos la suerte y la alegría de celebrar la fiesta de San Mateo, santo grande y extraordinario, al cual en nuestra Diócesis tenemos una parroquia dedicada. En efecto, el primer Obispo de Ibiza, mons. Manuel Abad y Lasierra, creó esa parroquia en el año 1785 y dos años después ya estaba construido el templo, y desde entonces hasta ahora, gracias a Dios y a las gestiones de buena gente de allí, se conserva.
Ayer celebrando esa fiesta tuvimos la misa solemne, que un año más tuve la alegría y la satisfacción de presidir, después la procesión, el baile de la Colla de allí y otros buenos actos que organizó el Ayuntamiento.
La fiesta de un santo no es sólo para honrarle con afecto y estima, como bien se merece, sino también para aprender cosas de él, de su vida, de sus acciones, de sus palabras, etc. de forma que le imitemos para procurar también, como Dios espera, que nos portemos tan bien que seamos santos, llegando así después de nuestra vida terrena al cielo.
En el Evangelio de San Mateo 9,9 leemos: «Jesús vio a un hombre llamado Mateo en su puesto de cobrador de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Mateo se levantó y lo siguió». La mirada y el llamado de Jesús le cambiaron la vida a este judío publicano. Dejó de ejercer un trabajo lucrativo, con ocasión de avaricia, opresión y extorsión, un trabajo repudiado por los judíos porque colectaba impuestos para los romanos.
A estos publicanos se los consideraba más infames y odiosos, como personas manchadas por su conversación frecuente y asociación con los paganos, y la esclavización sobre sus compatriotas. Los judíos les habían prohibido la participación en sus actividades religiosas y en todos los eventos de la sociedad cívica y de comercio.
Mateo, el hijo de Alfeo (Marcos 2,14) era un galileo, que después de aceptar la invitación de Jesús le ofreció un banquete en su casa en donde «un buen numero de cobradores de impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y sus discípulos». Esto provocó una protesta por parte de los fariseos a quienes Jesús reprendió con las siguientes palabras: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
A Mateo se le menciona cinco veces en el Nuevo Testamento. Primero, en Mateo 9,9, cuando Jesús lo llama para que lo siga, y otras cuatro veces más en la lista de los apóstoles: en Lucas 6,15; Marcos 3,18; Mateo 10,3 y Hechos 1,13. También se lo menciona como Levé, «sentado al despacho de los impuestos», en Marcos 2,14 y Lucas 5,27. En los tres Sinópticos, los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, se alude a la vocación de Mateo-Leví en los mismos términos.
En cuanto a su vida posterior, no se poseen datos exactos. San Ireneo nos dice que Mateo predicó el Evangelio entre los judíos; Clemente de Alejandría dice que lo hizo por quince años.
Su Evangelio fue escrito especialmente para los judíos que se convertían al cristianismo, probándoles que Jesucristo es el Mesías Salvador anunciado por los profetas y por el Antiguo Testamento. Por eso fue redactado en el idioma de ellos, el arameo.
A San Mateo se lo representa teniendo al lado un ángel en forma de hombre, porque su evangelio comienza haciendo la lista de los antepasados de Jesús como hombre, y narrando la aparición de un ángel a San José. Es el patrón de banqueros, contadores y fuerzas de seguridad. La Iglesia latina celebra la fiesta de San Mateo el 21 de septiembre; la Iglesia griega el 16 de noviembre.
San Mateo nos ensena a responder prontamente la llamada del Maestro, y seguirlo fielmente cada día. Tenemos la guía perfecta en su Evangelio. Nos ensena también que Jesús nos llama no porque seamos santos, sino porque nos ama. De nosotros depende la respuesta.
Que esas enseñanzas de San Mateo nos ayuden, acogiéndolas y cumpliéndolas.
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