El Evangelio nos habla del administrador infiel, una imagen de la vida del hombre. Todo lo que tenemos es don de Dios, y nosotros sus administradores, que tarde o temprano habremos de rendirle cuenta. El administrador acusado de malversar la hacienda no podrá seguir administrando. El administrador, entonces, decide resolver su situación astutamente. Es inmoral lo que hace, pero vemos la agudeza que manifiesta, a favor de los deudores de su señor. ¡Cuánto interés ponen los hombres en sus asuntos terrenales! Se afanan para tener poder, riquezas, honores, placeres… Si los cristianos pusiéramos el mismo empeño por los asuntos de nuestra alma, para ser más justos, más humildes…
Jesús nos dice: haceos amigos con las riquezas injustas. Se llaman «riquezas injustas» a los bienes de este mundo que han sido adquiridos por procedimientos injustos. La misericordia de Dios es infinita, porque esa misma riqueza injusta puede ser también ocasión de bondad por medio de la restitución, del pago de daños y perjuicios y, después, siendo generosos en la ayuda al prójimo, en las limosnas, en fomentar la justicia social, en colaborar con las entidades que trabajan para ayudar a los pobres, a los que no tienen familia, ni hogar, a los que no tienen trabajo, a los necesitados de consuelo, compañía y afecto. El cristiano no tiene un tiempo para Dios y otro para los negocios de este mundo, sino que estos deben convertirse en servicio a Dios, y al prójimo por la justicia y la caridad.
Dame cuentas de tu administración, nos dirá a todos Nuestro Señor Jesucristo, el Supremo Juez. Puedo preguntarme, ¿cómo empleé mis bienes espirituales y materiales? Mi cuerpo, mi alma, mi corazón, mi vista, mis palabras, mi vida… El mal que haya hecho y el bien que he dejado de hacer. Pero nunca hemos de caer en desánimo. Hemos de tener confianza y seguridad porque Dios nos ama siempre, y nos perdona a todos, el Señor sabe y conoce nuestras debilidades. Recordemos el caso de Zaqueo ( Lc. 19, 1-10), que se compromete a restituir el cuádruple de lo que hubiera robado, y además a entregar la mitad de sus bienes a los necesitados. El Señor Jesús, ante esta actitud declara que la salvación entró aquel día en casa de Zaqueo. Si el hombre es fiel, generoso y desprendido, en el uso de las riquezas caducas, recibirá al final el premio de la vida eterna, la riqueza máxima y definitiva.
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