Jesús en el Evangelio de hoy nos exhorta a la vigilancia. Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre. No sabemos el día ni la hora en que nos encontraremos ante Dios para rendirle cuenta de nuestra vida. Dios nos examinará a cada uno según sus circunstancias personales. El Señor verá el mal que hayamos hecho de pensamiento, palabra, obra y omisión. También verá el bien que hayamos practicado, y todas las obras buenas que hayamos realizado.
Toda persona tiene en esta vida una misión que cumplir. Todos habremos de cumplirla ante el tribunal divino, y seremos juzgados según los frutos que hayamos dado. Es necesario, por tanto, que vigilemos constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena merezcamos entrar con Cristo a las bodas y ser contados entre los elegidos. La verdadera necesidad que tenemos todos es vivir preparados espiritualmente, es decir, en gracia de Dios. La razón es porque no sabemos el día ni la hora. Todos los días hay miles de personas que mueren inesperadamente. En la letanía de los Santos hay una petición que dice: De una muerte repentina y espontánea – Líbranos Señor. Con la gracia del Señor hemos de vivir amando intensamente a Cristo.
¡Un gran amor a Cristo! Donde hay verdadero amor no hay temor, no hay miedo, hay paz, alegría, seguridad y esperanza. Mirad que amor tan grande nos ha tenido el Padre Celestial que envió a su Hijo para que con su Muerte alcanzara para todos la Vida Eterna. Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí. En todos los momentos de nuestra vida terrena recordemos, como dice San Pablo: Cristo ha muerto por mí. Correspondamos al amor de Cristo. Amándole y amándonos con obras y de verdad. Es San Juan de la Cruz quién escribe: al atardecer de nuestra vida se nos juzgará sobre el amor.
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