El Domingo de Ramos nos introduce como por un pórtico en esta venerable semana; es un día de gloria por la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y un día, a la vez, en que la liturgia nos anuncia ya su pasión y muerte en la cruz. Los días venideros nos irán llevando como de la mano hasta el Triduo pascual, el centro de la Semana Santa, que va desde la misa vespertina del jueves en la cena del Señor hasta las vísperas del domingo de resurrección. Este tiempo se llama con toda razón el «triduo del crucificado, sepultado y resucitado» o también triduo pascual porque en su celebración se hace presente y se realiza el misterio de la Pascua, es decir del paso del Señor de este mundo al Padre. En esta celebración del misterio, por medio de los signos litúrgicos y sacramentales la Iglesia se une en íntima comunión con Cristo, su esposo.
El Jueves Santo, este año el día 18, por la mañana celebramos en la Catedral la misa crismal, en la que los sacerdotes renovamos nuestro compromiso y bendecimos los aceites para los sacramentos. Y por la tarde, en la catedral y en todas las parroquias se celebra la misa vespertina llamada «en la cena del Señor», evocamos aquella última cena, en la cual el señor Jesús en la noche en que iba a ser entregado ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los apóstoles para que los sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también los ofreciesen en memoria suya. Recordamos así la institución de la eucaristía, la institución del orden sacerdotal y el mandamiento del señor sobre la caridad fraterna. El amor de Cristo se hace eucaristía y nos envía a vivir el amor fraterno: es el mandamiento nuevo de Jesús para sus discípulos.
El Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la cruz, la expresión suprema del amor entregado hasta el final. En este día, en que «ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo», la Iglesia, meditando sobre la pasión de su Señor y adorando la cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo dormido en la cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.
El Sábado Santo permanecemos en silencio junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte y su descenso a los infiernos, esperando en la oración y el ayuno su resurrección en la vigilia pascual. Y acabando este sábado celebramos la resurrección de Jesús, inicio de nuestra resurrección programada.
Para los cristianos, la semana más grande del año es la Semana Santa. La llamamos ‘santa' porque está santificada por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia y mostramos en las procesiones y en las representaciones de la pasión. Durante estos días, la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por Cristo en los últimos días de su vida en esta tierra: su pasión, muerte y resurrección. Al celebrarlos, la Iglesia y los cristianos somos santificados y renovados.
La liturgia, en especial, pero también las procesiones, tan hermosas y realizadas por las muchas y buenas Cofradías, nos ofrecen la posibilidad de adentrarnos en estos misterios de la vida de Cristo y, a través de ellos, dejarnos llevar por Él de la muerte a la vida. Toda la liturgia está centrada en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Por eso, los días de la Semana Santa cobran una especial importancia para todos nosotros y se nos invita a vivirlos con verdadera fe y con participación consciente, activa y fructífera, superando la tibieza, la indiferencia y la superficialidad.
Os invito y animo a vivir bien esta semana especial, la Semana Santa, y que ello nos haga aún mejores cristianos.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Periódico de Ibiza y Formentera
De momento no hay comentarios.