Mi abuela y mi tío fueron víctimas de la esclerosis múltiple, una enfermedad que hoy cuenta con tratamientos que logran frenar los brotes que van cercenando las capacidades físicas de quienes la padecen, pero que se cebó cruelmente con ellos antes de cumplir los 50 años. La impotencia que provoca tener intactas las capacidades mentales y sentir cada día que extremidades y órganos dejan de responder, se traduce en un dolor extremo para pacientes y familiares que ven cómo su calidad de vida y las ganas de despertarse cada mañana se van apagando como una vela consumida. De mi abuela Montse solo me queda el nombre y unos diarios que espero convertir en novela, porque no llegué a conocerla, y de mi tío Goyo guardo recuerdos de una persona joven convertida en un anciano, una amalgama de libros y de cuadros espirituales y una colección de sellos. Ambos torearon a la esclerosis con su humor mordaz y negro y dejaron en mi madre una pena que todavía la come por dentro. Ambos no tuvieron la suerte de poder despedirse de forma digna y fallecieron cuando el dolor era tan insoportable que no les permitía mover ni un solo palmo de sus cuerpos, absolutamente conscientes de ello.
Opinión/Montse Monsalve
Abrazando la libertad
Eivissa07/04/19 4:01
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