De hecho en parte, históricamente, desde el punto de vista político, nuestra isla fue un lugar de destierro, una especie de cárcel a cielo abierto para liberales, tradicionalistas o carlistas, según el viento y cainismo correspondiente que soplaba en las disparatada política nacional de entonces, aunque no sé si era aquella menos disparatada que la de ahora. Sthendal en una de sus novelas, criticando la falta de libertad del gobierno español de turno, señala que si alguien se le tuerce lo suelen mandar confinado a las Baleares.
Esa idea estaba muy arraigada en la Europa de la primera mitad del siglo XIX. Hacia 1845 las autoridades mandaron a un tal Pedro Bernal al exilio ibicenco durante ocho años y bajo vigilancia especial de las autoridades locales. Un año después enviaron a Ibiza al capitán Pedro Dalmases por carlista. Llevaba desde 1832 en cárceles de la península.
Un caso muy sonado fue el de Carlos José Laborda y Clau (1783-1853), obispo de Palencia y conde de Pernía, que fue confinado en nuestra isla en 1840 y el clima isleño no le iba nada bien para sus achaques. Laborde fue muy amigo del cronista de Mallorca José María Quadrado, con quien hizo muy buenas migas porque también estuvo confinado en Palma. Mariano Martínez Tineo fue condenado en 1842 a cuatro años en Ibiza.
Por su parte, en 1842, como parte de los graves altercados sucedidos en Bilbao, fueron mandados a Ibiza Antonio de Arana e Hipólito Jugo. Lógicamente, entonces no había hipies ni era la isla tan divertida.
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