No está el Partido Popular pasando sus mejores momentos entre lo de Zaplana, la Gürtel, la caja B y la moción de censura que les va a presentar el PSOE.

A la espera de las próximas encuestas, y dando por hecho que van a darse un buen batacazo, lo que es casi seguro es que seguirá habiendo millones de españoles que, a pesar de los hechos y las sentencias, seguirán prefiriendo votar a un partido corrupto y empantanado antes que a cualquier otro. Haciendo una analogía, el PP es ese cuñado cachondo, borrachuzo y liante que anima las bodas.

No para de contar chistes y se mete a todo el mundo en el bolsillo porque, a pesar de ser lo peor, tiene algo que le hace irresistible. Es un guarro, un mangante y es la viva imagen de lo políticamente incorrecto. En cambio, la izquierda es ese primo que está estudiando oposiciones después de haber estudiado una carrera y un máster de los buenos (no como el de Cifuentes), es vegano, feminista, está súper concienciado y cree que otra sociedad es posible, pero como es un mojón de aburrido nadie se le acerca y, por más que haga méritos, no consigue que nadie le haga caso porque tiene el mismo carisma que un ficus y parece que vive en la amargura perpetua.

En la boda le sientan en la mesa de los descartes con unos amigos del padre de la novia y el cura. La izquierda en España necesita aprender a venderse, a dejar de parecer que tiene un palo metido en el culo y a conquistar a la España de cuñados, de fútbol y de verbenas de pueblo que, al final, es la que da las mayorías.

Los votantes necesitan ver que si votan a la izquierda no perderán la alegría de vivir y es que votar progresista no tiene porque sonar a triste ni a bajonazo de lo peor como hasta ahora nos han mal vendido. Ha llegado el momento de reinventarse porque otra victoria del PP cuando haya elecciones sería la peor opción imaginable.