Dejando momentáneamente al margen el sumidero catalán, que se ha vuelto ya indescifrable, la gran cuestión consiste en saber quién gobernará en España dentro de, a lo sumo, dos años, quizá antes. Las encuestas, lo que usted y yo escuchamos en la calle y la lógica nos dicen que las probabilidades de que sea Mariano Rajoy quien siga encendiendo la luz de La Moncloa son más bien escasas: aparentemente, solo él y el núcleo incondicional -y puede que él no tanto_ que teme perderlo todo se muestran convencidos de que la permanencia es la ecuación más factible. Algunos de ellos hablan de que, al final, una alianza con Ciudadanos forjará una nueva mayoría absoluta de centro-derecha, presidida... ¿por quién? Resulta que Albert Rivera, el aún muy joven creador y líder de Ciudadanos, podría aglutinar algo más de cinco millones de votos si ahora se celebrasen unas elecciones, dicen los más recientes sondeos. Le pisa los talones al PP, si es que no se ha producido ya un ‘sorpasso' que los del partido naranja dan por seguro en cuanto renazcan las vistas orales por casos de corrupción pasada. Y me da la impresión de que los de Rivera no estarán de ninguna forma dispuestos a embarcarse en una alianza con un partido que, como el PP, apenas representa a la tercera edad, cuyo presidente lleva nueve lustros en distintas fases del coche oficial y, encima, al que le salen irregularidades económicas -pretéritas, insisto_ hasta debajo de las piedras. Además, la mayor parte de los más estrechos colaboradores de Rajoy, a quien por supuesto nadie podría negarle indudables cualidades políticas, aparecen ya quemados a ojos de la opinión pública y publicada. Y no digamos ya lo que pueda ocurrir en el Gobierno central si el laberinto catalán se enloda aún más: al final, sobre Rajoy recaerán todas las culpas, aunque en verdad no sea así. No, yo no creo en una coalición entre el PP y Ciudadanos, ni siquiera para dar la presidencia de la misma a Rivera, que no parece simpatizar demasiado con Rajoy ni con su entorno. Creo más bien en una coalición entre Ciudadanos y el PSOE, presidida por vaya usted a saber quién, que por estos pagos no abundan ejemplos de renuncia como el alemán, donde el bien del Estado se sobrepone a las ambiciones personales, por muy legítimas que sean. Conocidos de sobra son los deseos fervientes de Pedro Sánchez de llegar, casi como sea, a La Moncloa (véanse las trapisondas de 2016 y 2017, ahora matizadas por una oportuna rectificación de casi ciento ochenta grados); ello acabará perjudicando sus posibilidades, que por otro lado claro que las hay. Pero, sobre todo, en esa segunda posible coalición la formación más votada será, si la tendencia actual sigue, Ciudadanos, no los socialistas. Parece ya casi un tópico que las posibilidades de Rivera de llegar a la cúspide política han crecido exponencialmente en los cuatro o cinco últimos meses, pese a los bandazos en determinadas cuestiones (artículo 155, prisión permanente revisable...) y pese también a que la mayor parte de sus colaboradores, excepción hecha de Inés Arrimadas y algunos otros, no han ‘despegado' aún en la valoración de la ciudadanía. Ciudadanos es casi un partido todavía unipersonal, pero no se puede negar que el tirón ‘macroniano' de su líder es un activo fundamental. Lo que ocurre es que, en España, nuestro Macron será una coalición. Guste o no guste. Con Rajoy o, más probablemente, sin Rajoy. Con algún sucesor de Rajoy en el PP o, quizá, con la segunda fórmula que antes apuntaba, una coalición de centro-izquierda. Pero siempre con Rivera como eje, por mucho que eso les fastidie a algunos, bastantes, ‘populares'. Y a no pocos socialistas. Y de Podemos, tan a la baja, ya ni hablamos. Lo importante es que los ciudadanos hemos de tener la sensación de que no existe a escala nacional un parón político como el que angustia, o debería hacerlo, a Cataluña, sede de ocurrencias y dislates sin par. Y, ya que hablamos del tema -qué remedio-, a ver qué ocurre esta semana en el galimatías catalán. Continuará.