El cierre de la librería de Vara de Rey es una tragedia cultural. ¿Qué pondrán ahora, otra tienda de cadena internacional de moda insulsa? Este verano, tras aguantar las molestas obras de remodelación –a mi juicio tan innecesaria como aniquiladora de su personalidad— de un paseo tan hermoso, no les permitían colocar los expositores en la calle como siempre habían hecho. Tal vez eso fue la puntilla para los libreros, un gremio romántico en la era digital que desea cargarse el placer de la lectura, del pensar por uno mismo, en un rebaño totalitarista donde todos balen electrónicamente: Todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros.
Algunos bolas tristes pregonan que la novela ha muerto, que ya nadie lee poesía, que el teatro es para carrozas…Bah, eso es lo que pretenden porque la literatura es una musa que alienta tu verdadera personalidad. La librería más hermosa, que mezcla libros nuevos con los que han pasado por mil manos, es Shakespeare&Company, en París, por cuyos ventanales frente a Notre Dame se cuela la gitana Esmeralda. Está siempre de bote en bote y permiten dormir en sus jergones a aspirantes a escritor sin una perra. Ignoro si hacen negocio, pero dan mucha felicidad. También la librería de Carlos Manzano, en Las Dalias, o el café que se han inventado en Hipérbole.
La verdadera cultura –dejémonos de relativismos que defienden el más bajo denominador común— hace más amable la vida. En Ibiza pretenden ahogarnos con un tsunami electrónico que dura ya demasiados años, con unos clubbers que solo leen publicidad y en vez de conversar se comunican por wasap. Pero las óperas de Armin y Stuart, los ballets rusos, una buena conferencia…siempre están llenos, reivindicándose frente a la aburrida uniformidad.
Dicen que las librerías están en peligro de extinción, pero los buenos libros seguirán enriqueciendo la vida.
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