Tuve la fortuna de ser expulsado de Deusto por voluntad de los padres jesuitas justo antes de ingresar en tan preciada institución. No me importó que los seguidores de San Ignacio cometieran la mezquindad de notificármelo apenas una semana antes del comienzo del curso lectivo, lo que me obligó a matricularme por libre en la Facultad de Derecho de Zaragoza, aunque me permitió jugar un año más en el juvenil del Real Mallorca y en la selección balear. Dicen que no hay mal que por bien no venga pero a mí el mal se me antojaba entonces tener que estudiar en una institución jesuítica después de haber padecido sus peculiaridades pedagógicas durante diez años seguidos, mitigadas, todo hay que decirlo, por mi status de atleta distinguido (récordman de Baleares en 100 y 200 metros) y jugador imprescindible del equipo del colegio en el que milité desde los trece años. So far so good. La alegría que experimenté al ser rechazado en Deusto fue descomunal, porque ya me veía indisolublemente unido a una gabardina, huérfano del sol y obligado a jugar al fútbol en terrenos más aptos para el salto de los batracios que para mi punta de velocidad.
Opinión / Melitón Cardona
Bilbao revisitado
27/11/17 6:39
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