Es obvio que esta semana van a pasar muchas cosas. Comenzando por la declaración, nuevamente, del mayor de los mossos, Trapero, y de los ‘dos Jordis', Sánchez y Cuixart, ante la juez Carmen Lamela, en la Audiencia Nacional, en la mañana de este lunes. Que va a ser, sin duda, una mañana entretenida, por decirlo levemente: porque vence la ‘primera convocatoria' del ultimátum de Rajoy a Puigdemont para que diga de una vez si ha proclamado o no la independencia de Cataluña, cosa que, puesta en estos términos, no deja de tener su aquel. Pero, dado que las cosas se están poniendo más bien como drama que como farsa, reprimamos las ganas de reír ante tanto dislate y tratemos de diseccionar lo que puede ocurrir(nos) en esta semana crucial. Lo primero, es obvio que independencia de Cataluña con respecto al resto de España no va a haber, diga lo que diga la CUP, que aseguraba este largo puente, tratando de presionar a Puigdemont, que «el lunes, República». Va a ser que no, han pensado muchos y, por supuesto, Mariano Rajoy entre ellos. Algunos medios aventuran qué hará el Gobierno central en el caso, que considero improbable, de que Puigdemont ceda ante el empuje de la CUP (y, un poco, de ERC, la gran culpable de todas las tragedias que han afligido a Cataluña desde hace casi un siglo). Se habla de nombrar un ‘supergobernador' -citan a Josep Borrell; no tengo ni idea de con cuánta verosimilitud_ que prepare unas elecciones autonómicas, quizá al frente de un Govern provisional, de técnicos o de concentración, que desplace al actual. Eso, claro, supondría que se aplica el artículo 155 de la Constitución, que, en su ambigüedad, deja al Ejecutivo central las manos libres para destituir governs y crear otros y, por supuesto, para destituir, al menos eso, al mismísimo molt honorable president de la Generalitat. Me parece que, a estas alturas, Puigdemont y su ‘socio' Oriol Junqueras saben que Rajoy está dispuesto, porque no le queda otro remedio, a hacer esto y más, si necesario fuese.Y todo eso podría ocurrir, si Puigdemont no da marcha atrás, como parece que le aconseja su predecesor Artur Mas, esta mismísima semana. Y claro, me cuesta pensar que, lanzado a su actual deriva, no demasiado cuerda, el molt honorable recule. Aunque tampoco me cabe en la cabeza que se acabe despeñando en la hoguera de las vanidades fanáticas. A ver por dónde sale: quizá sea él mismo quien, apresuradamente, se lance a convocar esas elecciones, que él llamaría ‘constituyentes'. Y que le obligarían a abandonar la política, laus Deo. Escribo todo esto desde Barcelona, donde me encuentro para asistir a la entrega del premio Planeta, acaso ya el último fasto integrador que va quedando en esta ciudad, hasta ahora capital mundial de la edición en español. También eso, con tantas otras cosas, va a perderlo. Y todo, ya digo, puede ocurrir en esta semana, que amenaza con ser tristísima para quienes de verdad habíamos aprendido a amar tanto a Cataluña.