La forma con la que Rocío Jurado silbaba «señora» entre los dientes, rompiendo ese tratamiento de cortesía en la boca y vibrándolo en su garganta hasta convertirlo en una ofensa, puso de manifiesto hace ya algunas décadas cómo una muestra de respeto puede convertirse en una ofensa dependiendo de cómo se acuñe. En el argumento de la canción de ‘la más grande' era comprensible que esa «señora» sonase peyorativa y dura, ya que se dirigía a la mujer de su amante a quien le confesaba que no pensaba abandonar a su marido porque él le dijo que era libre. Letras aparte, son muchas las mujeres que se sonrojan cuando en la cola del supermercado, en una entrevista de trabajo, en un hotel o tomando el sol en la playa se dirigen a ellas por esta fórmula de cortesía y las hay que, incluso, se enfadan y exigen que cambien este término por el de “señorita”, a pesar de peinar canas, tener una licenciatura o ser, simple y llanamente, adultas. Tengo una amiga que cierto día me explicó que todas deberíamos exigir ser tratadas con respeto y por ende calificadas de “señoras”, independientemente de nuestra edad, clase social o estado civil. Yo entonces tenía 27 o 28 años y puse cierta resistencia a su argumento. Me escudé en argumentos tan baladís como que no estaba casada, no era madre y era muy joven, por lo que, resumí, era todavía una “señorita”. Mi amiga comenzó a reírse y me dijo que era periodista, tenía una carrera, y solamente por eso, por protocolo, ya era “señora”, sin más medallas ni distintivos. Emulando el tono de voz de Gracita Morales cuestionó si a los hombres dudamos entre llamarlos “señores” o “señoritos”, y concluyó que la verdadera paridad está en este tipo de hechos.
OPINIÓN | Montse Monsalve
Señora
03/09/17 4:30
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