Estamos en era de mirar hacia atrás: cuarenta años hace de esto, tantos otros de aquello... Una fiebre de revival que ahora quiere el Partido Popular aplicarse a sí mismo: cuarenta años hará este otoño que Manuel Fraga formalizó su Alianza Popular a partir de aquellos ‘siete magníficos', procedentes del franquismo, aglutinados algunos meses antes por Don Manuel. Y el PP busca rememorar que es el segundo partido más antiguo de España, remontándose a aquellos tiempos, equívocos como toda etapa de tránsito desde unos valores a otros. Unos tiempos en los que aquella AP nada tenía que ver con este Partido Popular, transformado por Aznar en 1989, a partir de una AP a la que se daba carta de amortizada, porque sí convenía hacerlo. Y esta fecha, los comienzos de los noventa, es, por cierto, cuando debería empezar a situarse el cómputo, ya que tanta ansia hay ahora de soplar velitas de aniversario: en 2020, año emblemático y muy ‘redondo¡, es cuando el PP habría de celebrar, sí así lo quiere su primer trigésimo aniversario.

Los periodistas no estamos para dar consejos; pero, desde luego, si yo tuviese algo que ver con las (modernas) estructuras de comunicación y de organización del PP, que es el partido actualmente mejor estructurado de España y que a duras penas trata de hacer olvidar viejas trapisondas económicas, huiría como de la peste de los viejos fantasmas. Sobre todo, cuando ahí está, en el Congreso de los Diputados, una comisión encargada de rastrear en los viejos cubos de basura cualquier indicio de corrupción pasada del partido hoy gobernante y de su principal responsable.

Siempre es arriesgado poner la mano en el fuego por alguien, pero pienso, y así lo he dicho muchas veces, que Mariano Rajoy es un político honrado, que quizá ha tenido que -o ha querido- mirar algunas veces hacia otro lado: eran otros tiempos, te dicen en la sede de Génova, donde tanto secretario general tuvo, por cierto, también que desviar la vista cuando actuaban, en busca de fondos (para el partido o para sí, quién lo sabe mientras duren los juicios), los tesoreros. Uno de ellos, hace muchos años, me confesaba que en AP entraron alguna vez maletines con dinero «para ayudar a Don Manuel». Entonces, al propio Fraga, cuya honradez en su economía personal tampoco quiero poner en duda, aquellas formas de financiación no le parecían tan aberrantes como hoy parecen, y temo que lo mismo podría decirse de algún otro partido.

No creo que haya excesivo motivo de orgullo a la hora de volver la vista atrás y contemplar los altibajos de aquella AP, que será diseccionada sin piedad por la oposición, por los medios y hasta por algún ‘ex' hoy entre barrotes o a punto de estarlo. ¿Por qué no se dedican a mirar hacia el futuro, con la seguridad que han de tener de que toda corrupción ya aparecida, o por aparecer -sí, quedan algunos nombres para el ‘tostadero'--, no podría ahora volver a repetirse, cosa que yo sinceramente creo? ¿Por qué no buscan salidas institucionales y constitucionales para cimentar un acuerdo sobre la regeneración que sirva para mucho tiempo y, de paso, sirva también para debilitar las ansias independentistas de una parte de los catalanes?

Pienso que no conviene distraerse abrillantando el pasado -que, desde luego, abrillantador necesita--, sino poniendo las primeras piedras para un futuro que vaya incluso más allá de los límites de esta Legislatura y del Presupuesto para 2018. El PP tiene cuadros, militancia, potencia y -espero no tener que dudarlo ahora- sentido común suficientes para hacerlo. Solo le faltan, a su máximo e indiscutido dirigente, unas gotas de estadista, y eso, claro, no te lo da desempolvar las páginas de la Historia para silenciar unas y potenciar otras, como si eso pudiese hacerse a voluntad.