Nunca tendremos la certeza de ser tan jóvenes como hoy. Este es el momento exacto en el que somos conscientes de ello. Respiren mientras releen esta frase, sonrían y no miren hacia atrás. Fijen sus ojos en el camino que están recorriendo hoy sin concederle importancia alguna al tiempo que tardarán en transitarlo, con qué piedras se tropezarán, el esfuerzo que les supondrán las subidas, o la facilidad con la que trotarán en las bajadas.
En este paseo corto que es la vida no importa el destino sino el trayecto y lo que nos encontramos en él: los compañeros de viaje, las manos que nos levantan, los brazos que nos acunan y las canciones que nos sirven de banda sonora. Estos días estoy componiendo canciones para un artista de 16 años y me siento tan plena, tan ilusionada y tan esponjosa como sus sueños, capaz de construir palacios con arena y sal, mientras busco en su mirada limpia y saco brillo a la adolescente que todavía me habita. ¿Quién tiene la potestad para decirnos que eso no hace, que eso no se dice o que eso no se toca? Homenajeemos a Serrat hasta rompernos la voz en el coche, hagamos una bomba en la piscina y confesemos nuestro amor por las noches de luna llena, relegando la vergüenza al destierro y recordando que en esta partida no hay segundas oportunidades. Perder el tiempo es perder la vida y cada «te quiero» que no decimos es un homicidio involuntario de una emoción recién nacida.
No miren hacia atrás. Como mucho, refléjense en los ojos de los que sonríen a su lado sin miedos, sin asumir sus pocos años, cuajados de prisas y de impaciencia. Emulen a Sócrates y rodéense de pupilos a los que poner a prueba para descubrir sus soluciones a los problemas y definiciones de la vida, tanto de las cosas bellas como de las oscuras o etéreas, porque de ellos aprenderán en ocasiones mucho más que de los resabiados que buscan atajos oscuros y se agazapan para asaltar a los que sienten ganadores de la vida y una amenaza para sus frustraciones y envidias. Saquen de paseo a esa persona que se formó del todo a los 20 años y reconcíliense con ella porque es su esencia, el aroma que predomina en su pulso. Siempre serán ese joven que se creía inmortal e invencible, ese niño que odiaba hacer la digestión tras hincharse a sandía, porque temía perderse por ello el momento más importante del verano. Vuelvan a sorprenderse al morder un melocotón frío, a llorar sin pudor con una película, a dormirse a las tantas de la mañana enganchados con un buen libro, a estudiar por el mero placer de apilar conocimientos, a hablar a un desconocido en la playa o en un bar y vuelvan a hacer amigos sin importarles su fecha de caducidad. Vuelvan a creer que tiene toda la vida por delante porque nunca será tan jóvenes como hoy, en este instante en el que leen este artículo. Y si no les gusta su trama, escriban otra, cámbienla, empiecen de nuevo, rompan la brújula que otros les dieron y que no marcaba su Norte y vuelvan a la casilla de inicio. Porque lo del "corte de digestión" no era más que un bulo para mantenernos controlados y obligarnos a echarnos la siesta, mientras nuestros padres descansaban un poco de nuestra hiperactividad. Al agua deben meterse, eso sí, como a las cuevas o a las nuevas aventuras, siempre poco a poco, para evitar sufrir un shock periférico que les pueda hacer perder la conciencia. Independientemente de los gramos de ensaladilla rusa y filetes empanados que hayan consumido báñense ahora, no se duerman e inviertan su tiempo en aprender a nadar, en conocer nuevos mares, descubrir calas.
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