Parece increíble, pero cada verano se superan. Ni siquiera el Buda podría encontrar la calma entre las impertinentes moto-moscas cojoneras acuáticas, esquiadores que si no pasan a dos metros de ti no tienen el subidón narcisista, barcazas atiborradas de embrutecidos turistas color langosta thermidor, pinchadiscos de ritmos inarmónicos y decibelios insultantes, guías con estridente voz nasal y acento cockney, etcétera.
Todo podría solucionarse con cortesía y sentido común, pero ambas virtudes son olvidadas por el molde uniformado de la masa turística y algunos gañanes que solo piensan en hacer negocio con el ocio. ¿Es una batalla perdida? Ni siquiera en los colegios se muestran las ventajas de una buena educación y las maneras que hacen más agradable la vida, de la cultura que permite al hombre no sentirse un niño desamparado en una oscuridad de la que se aprovechan trepas y trolls.
Pero se les puede evitar. Como siempre van a los mismos sitios para comprobar quién la tiene más grande (me refiero a la embarcación) los connaisseurs pitiusos todavía encontramos rincones paradisíacos gloriosamente solitarios.
La dimensión acuática es un mundo que merece otra consideración temporal: los pensamientos, el ensueño, la lectura de poetas malditos, una serie de daiquiris, un puro habano (What´s a cigar without Habana? cantaba Cole Porter), el primer beso de ella (da igual que la conocieras hace un siglo; cuando navegas con damiselas excitantes la magia del primer beso jamás se pierde)…son un placer que se extiende como las olas invisibles de una mar sin límites cuyas ninfas y sirenas te acunan eternamente.
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