De nuevo, los ojos ibicencos se posan sobre el individuo canario, que ahora, después de la tempestad –y lejos de traer la calma–, vuelve poner en primera plana un fuego que empezaban a extinguirse en los medios de comunicación. Porque si un tema ha estado en boca de todos desde el pasado 12 de abril, ese ha sido la subasta de Sant Josep, en la que el Ayuntamiento se cubrió de gloria, en ambos sentidos, literal por la fortuna que se vio amasando y figurada por el aluvión de críticas que antes, durante y después, ha recibido por el procedimiento.
Ahora, 11 lotes quedan huérfanos de madre y padre, tres de ellos, los más caros del empresario imputado por narcotráfico, que ascienden a la friolera de 202.400 euros. Tras su renuncia le toca mover ficha a los segundos licitadores más fuertes que, por otra parte, sólo pueden optar a ellos por mil euros menos de su valor de adjudicación, una solución a todas luces descompensada, pues si no fuera por el empeño de Marrero de seguir elevando la puja, la cantidad no habría sido tan ingente.
Los primeros damnificados son los empresarios ibicencos que se retuercen aún de la cólera, aunque ya hayan pasado más de dos semanas, porque el tiempo les ha dado razón, cumpliéndose la premisa de ‘cuando no lo tengo lo deseo y una vez lo consigo no lo quiero'. Ahora se encuentran ante un nuevo entuerto por resolver.
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