Laparábola del hijo pródigo es una de las más bellas de Jesús en la que nos enseña una vez más que Dios es un Padre bueno y comprensivo. La misericordia de Dios es tan grande que escapa a la comprensión del hombre. Este es el caso del hijo mayor, que considera excesivo el amor del padre hacia el hijo menor. Dios nos espera a todos, como el padre de la parábola con los brazos abiertos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda sólo hace falta que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos alegremos porque Dios nos ama y nos perdona. Ante un Dios que corre hacia nosotros, no podemos callarnos, y le decimos con San Pablo: Padre, ¡ Padre mío!. Dios quiere que le llamemos Padre, que podamos saborear esa palabra, llenándonos el alma de gozo.
OPINIÓN | Lucas Ramón Torres, sacerdote
4º domingo de Cuaresma (Lc. 15,1-2.11-32)
Eivissa06/03/16 0:00
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