«El problema es que a usted le han prohibido negociar con nosotros. Lo dijo Felipe González, el que tiene el pasado manchado de cal viva. Cuídese de él». Así, de golpe y sin venir a cuento, los fantasmas del pasado volvían al Congreso el miércoles en la sesión de investidura de Pedro Sánchez. La frase de marras no la pronunció ningún dirigente del Partido Popular. El regreso a los episodios vividos durante los años de plomo lo escenificó Pablo Iglesias. El líder de Podemos arremetió contra la figura que refundó en Suresnes el partido creado hace más de cien años por otro Pablo Iglesias, el original. El máximo exponente de la nueva política sorprendió a propios y extraños con las cargas de profundidad lanzadas contra el partido socialista. Bueno, quizás tampoco sorprendió tanto porque el auto proclamado gran jefe Coleta Morada ha tomado una deriva desconcertante desde la misma noche del 20-D. La jornada marcada en su calendario como la del ‘Asalto al cielo' se quedó corta incluso con el impulso de las mareas. Después vino el episodio de auto proclamarse vicepresidente del Gobierno mientras Pedro Sánchez se encontraba todavía reunido con el Rey. Pero en la intervención del miércoles se pasó de frenada. La nueva política debería ser aportar soluciones a los problemas que acucian al país huyendo de los revanchismos inútiles. El discurso fluido del líder de Podemos ha triunfado en los medios de comunicación pero su oratoria y excesos en el estrado del Congreso mostró que su talante no difiere ni un ápice, si no lo supera, lo que el ha venido criticando. El viernes, Pablo Iglesias quiso tender puentes con Pedro Sánchez. «Fluye el amor en la política. Pedro, sólo quedamos tú y yo. Ojalá el acuerdo al que lleguemos pueda llamarse el acuerdo del beso». Más de uno pensará en el beso de Judas.