Jesús en el Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma hace alusión al caso de los galileos que Pilato hizo matar; como a los dieciocho más que murieron aplastados por la Torre de Siloé que cayó sobre ellos. El Señor nos da a entender que aquellos hombres que sufrieron la desgracia no eran más culpables que todos los demás galileos. Jesús nos recuerda que todos somos pecadores, y sino entramos por el camino de la conversión, también pereceremos. Dios es justo y da a cada persona lo que se merece. Es cierto que Cristo ha venido a reparar nuestros pecados y nos ha abierto las puertas del Cielo. Ahora bien, nosotros tenemos que arrepentirnos del mal que hemos hecho y del bien que no hemos hecho; solo de este modo Dios nos librará del castigo merecido. Cuando llegue el dolor, que más pronto o más tarde llegará: sufrimientos físicos o morales, el desprecio, la soledad, la pérdida de un ser querido, o sea, las pruebas y tribulaciones que nos sobrevengan, pensemos que no solo estas cosas nos purifican- si sabemos ofrecerlo al Señor,- sino que Jesús nos une a su Pasión.
OPINIÓN | Lucas Ramón Torres, sacerdote
Domingo tercero de Cuaresma ( Lc. 13,1-9)
Eivissa28/02/16 0:00
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