En Eivissa estamos presenciando en los últimos meses y semanas no pocos ejemplos de este comportamiento que yo considero corrupto porque supone un engaño a la gente que ha confiado en determinados políticos, que creyeron su discurso y sin embargo ahora no se cumple con las promesas hechas y se les defrauda sin mayor explicación. Corrupción no es solo meter la mano en la caja –cosa que pese a lo que muchos creen, no sucede muy a menudo–, o en beneficiar a amigos, familiares o a terceros que luego premiarán al político benefactor. Para mí también es corrupción gestionar el dinero de todos de forma negligente o arbitraria, aunque no sea en beneficio propio. Y también faltar a los compromisos electorales, pisoteando la palabra dada.
Si estando en la oposición se criticaba la reforma del Puerto de Eivissa y ahora se transige –incluso con aplausos entusiastas– con medidas que antes eran motivo de rechazo porque son perjudiciales no solo con el interés general de la ciudad, sino que también harán la vida de muchos formenterenses más difícil en sus traslados a la Pitiusa mayor, eso es una forma de corrupción. Y si antes se criticaban los conciertos de música electrónica en Dalt Vila, pero ahora los mismos que antes se rompían las camisas lamentándose por el ruido ensordecedor que los vecinos tenían que soportar, organizan en los mismos lugares idénticos festivales, eso ¿cómo ha de denominarse?
Podemos aceptar que haya cambios de criterio, pero no se puede mentir a la gente diciéndole que lo que antes era malo, ahora es inocuo solo porque son ellos quienes gobiernan. Admitamos que el poder corrompe, o si lo prefieren que cambia, pero sería estupendo ver alguna vez un cambio a mejor.
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