Jesús rechaza el afán desmesurado de los honores humanos. No prohíbe los saludos en la calle, ni ocupar los primeros asientos a quienes corresponde por su oficio. El Señor nos previene a que nos guardemos de los que aman indebidamente los honores mundanos. Nos invita a practicar la humildad y la sencillez. Aprended de mí, dice Jesús, que soy manso y humilde de corazón.
La mansedumbre y la humildad de Jesús y de los santos es lo que debemos imitar. Es lo que, además, nos hace más amables, antes nuestros semejantes. La empatía nos ayuda eficazmente a convivir con los demás con alegría y afecto fraternal. Intentemos hacer la vida agradable a las personas que se relacionan con nosotros.
La segunda parte del Evangelio de este domingo nos habla del pequeño episodio de la viuda pobre, la cual echó dos moneditas insignificantes en el cepillo del templo. Jesús contemplaba que la gente echaba dinero y bastantes ricos echaban mucho. Jesús, entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: esta viuda pobre ha echado más en el cepillo que todos los otros.
El Señor resalta el valor grande de lo que aparentemente no tiene importancia. Unos daban lo que les sobraba, en cambio, la pobre viuda, que pasaba necesidad, entregó lo poco que tenía. Ante Dios el valor de las acciones consiste más en la rectitud de intención, el amor y la generosidad, que en la cuantía de lo que se da. San Francisco de Sales comenta: Como en el tesoro del Templo, fueron estimadas las dos moneditas de la pobre viuda, así, las pequeñas obras buenas no dejan de ser gratas a Dios y de tener merito ante Él.
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