Da igual que hayas manejado una decena de asuntos simultáneamente a golpe de llamadas, Whatsapp, correos electrónicos o vistas en persona. No importa que hayas tenido que invertir horas y horas en algún tema. A fin de cuentas, el producto es lo que cuenta, lo que el lector tiene en sus manos es lo que marca el día. Y siempre hay alguien al que algo no le convence o disgusta. Obviamente, también sucede lo contrario, pero a la sociedad actual le es más fácil llamar a una oficina para quejarse de algo que hacerlo para dar las gracias.
A lo largo de mi carrera en varios medios, me he topado con diversos tipos de lectores. Está el tiquismiquis. Suena el teléfono: «Hola, mi nombre no ha salido bien en la clasificación de la carrera popular y quiero que lo corrijáis». Da igual la procedencia del error ni que haya 900 nombres. La cuestión es que no se puede impregnar de típex el periódico para arreglarlo. El producto hecho, hecho está. También está el tiempolibre: «Hola, ¿cómo ha quedado el partido Portmany-Luchador, de Regional?». Espere a mañana, por favor. O el vago: «¿Qué regalan hoy con el periódico?». ¿Tan difícil es ir al kiosco? ¿Y qué me dicen del importante: «Me han sacado en un espacio pequeño». Perdone, no sabía que hablaba con Messi. Con todo, les queremos a todos por igual. Es más, les necesitamos. Esa retroalimentación periodista-lector no deja de ser un motivo más para mejorar o tratar de producir el ejemplar deseado. También significa algo importante: te siguen.
Y si lo hacen, será porque algo también estarás haciendo bien. Así pues, gracias por llamar.
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