La ciudadanía ibicenca ha demostrado en múltiples ocasiones su espíritu crítico y su inconformismo. Ésta es la base para el progreso de cualquier sociedad. Pero en ocasiones los representantes políticos no están a la altura y se producen incongruencias difíciles de explicar. Me referiré en concreto al asunto del agua. Un tema candente y de primer orden que hace ‘aguas' –permítanme el doble juego– por dos vertientes. Cuando no es la sequía son las inundaciones. El caso es que Eivissa vuelve a demostrar que a nivel de infraestructuras es una auténtica calamidad. Por no decir que roza lo tercermundista –lo digo con el máximo respeto hacia estos países sin la capacidad económica del nuestro–.

Primero han sido los dramáticos efectos de la falta de precipitaciones y los problemas derivados por equipamientos obsoletos y erosionados. Depuradoras que no dan abasto, desaladoras que no desalan... Y las instituciones pasándose la ‘patata caliente' sin aportar soluciones. Y ahora el otro extremo: el exceso de agua.

Las últimas lluvias torrenciales han puesto patas arriba la isla. Mira que la gota fría nos afecta todos los años. Pues cada verano, la misma canción. Carreteras inundadas, alcantarillas desbordadas y heces, cucarachas y hasta ratas afloran por nuestras calles. Canalizaciones que filtran agua, calzadas que no drenan... Un auténtico caos, con el peligro que conlleva tanto para conductores como para peatones.

Como me preguntaba ayer una de esas ibicencas con inquietudes, ¿cómo es posible que una isla que genera tanto dinero y que es referencia mundial tenga estas infraestructuras de m****? Desde luego, si yo tuviera la respuesta no estaría aquí.