El domingo pasado, aprovechando el comentario que hice a una maravillosa intervención del papa Francisco en mi artículo semanal de PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA, citaba el ejemplo de que en la Biblia aparece nada más y nada menos que 365 veces la expresión «no tener miedo». Curiosamente como si al coincidir con el número de días del año, nos quisiera decir que cada día, día tras día, hemos de vivir sin miedo.

El Evangelio de San Mateo nos cuenta que en medio de una tormenta, los Apóstoles, aunque Jesús estaba con ellos, sintieron miedo y Jesús les dijo: «'¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?' Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26).

A veces la experiencia nos hace caer en la cuenta de que vivimos en situaciones complicadas, que nos hacen tener miedo. Sin embargo el miedo es lo contrario de la Fe, porque surge cuando no nos fiamos de Dios. Jesús mismo nos advirtió de que en el mundo tendríamos problemas, pero también nos dijo que tuviéramos paz en Él, pues sabemos que Dios es superior a todos ellos: «Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). Y Jesús mismo nos lo demostró con su propia vida y con su propia muerte, que, naturalmente, siguió después con la Resurrección, la Ascensión al cielo y el envío del Espíritu Santo.

Acogiendo, pues, las palabras de Jesús, sabiendo que como Él nos enseña, Dios está con nosotros, nos acompaña. ¡Que importante, pues, para vivir bien es vivir con la fe y animados por la fe. Si tuviéramos fe, fe fuerte y viva, no tendríamos miedo. Porque si Dios, el más poderoso y el que más nos ama, está con nosotros… ¿Qué podemos temer? Él mismo dijo: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20b). ¡Dios está siempre con nosotros! Él nos cuida y nos ama, como asegura: «En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» (Cf. Mt 10, 30). Pero entonces… ¿Por qué dudamos? La respuesta la podemos encontrar en el pasaje donde Pedro camina sobre las aguas (Mateo 14, 22-33).

En medio de una gran tormenta, como las que podemos tener en medio de nuestra vida, donde el agua de la muerte embravecida amenaza con hundirnos, y donde nos aterramos; aparece Jesús y dice «Ven». Pedro escuchando y mirando a Cristo camina sobre las aguas. Camina sobre la muerte. Sobre el problema que lo aterraba hasta ese momento. Porque cree firmemente en lo que Jesús le dice: tiene fe. Pero entonces sucede algo: Pedro vuelve a notar la fuerza del viento y las olas. Deja de mirar a Cristo y se ve a si mismo en medio de un mar embravecido, en una situación desesperante… Le entra miedo, y se hunde. Al punto Jesús, tendiendo la mano, la agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mt 14, 31). Es decir, ante una misma situación de dificultad, o vence el miedo en nosotros y estamos tristes, o vencemos al miedo con la fe y la confianza en Dios, y estamos alegres.

¡Dios nos ama! Y nos regala su paz para que podamos vivir tranquilos a pesar de las tribulaciones: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como os la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 27). Otras veces, por supuesto, directamente calmará el mar y los vientos, quitando la situación que te preocupa. Pero siempre y ante todo, tengamos presente que la prueba final, que es muerte, ya ha sido vencida. Tengamos siempre presente que, pase lo que pase, nuestro destino final no es la muerte, sino la vida eterna. Por eso, confiando en Dios, podemos vivir sin temor. Y sin temor, pues, vivir y obrar, hacer las cosas que tengamos que hacer como nos enseña Dios con su Palabra de vida.

Vivamos con el amor de Dios y difundamos a los otros ese amor: es convertir en fiesta, en alegría, en algo extraordinario nuestra sociedad.