Pero algo parece estar cambiando en ese aspecto. Asistimos a una suerte de liberación de los miedos o prevenciones que impedían cambiar el sentido del voto. Ya no triunfa el carisma estilo-González, destilado en los mítines y quizá en los breves cortes de un telediario o tipo Aznar, basado en los golpes sobre la mesa y en las supuestas agallas para hacer frente a los problemas de Estado. Ha nacido el político-estrella fraguado en los platós de televisión.
Cobran fuerza catalizadores hasta ahora poco relevantes: los gestos y las expresiones repetidos hasta la saciedad en los debates en directo. Se encaraman en las encuestas, y seguramente lo harán en las urnas, aquellos que se zafan bien en la arena del espectáculo; los que dominan con soltura los ‘Sálvame' de la política. Pablo Iglesias es el paradigma; a él le debemos «la casta» o aquello de «los de arriba y los de abajo».
Pero hay más. Ahí está el ‘ciudadano' Albert Rivera, proyecto de presidente del Gobierno a base de pasearse por los canales de televisión, aunque apenas se le conozcan propuestas programáticas. ¿Y qué me dicen de Antonio Miguel Carmona? Todo un monumento a la demagogia y a la mediocridad que bien podría convertirse en alcalde de Madrid y que no hubiese pasado de concejal en la oposición si La Sexta no le pusiese cada sábado la plataforma de su audiencia. Está claro que la política está mutando, y aun no sabemos si para bien.
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