Comentaba ayer el abogado y experiodista Joan Cerdà en la tertulia de ‘El faristol Pitiüses' de IB3 Ràdio que Podemos y Ciudadanos, más que partidos políticos, son marcas. Cerdà casi siempre da en el clavo.
Hace meses que estamos asistiendo al auge de estos dos movimientos, llamados a remover los cimientos de la política española. Ciudadanos, que ya cuenta con una trayectoria en Cataluña, podría agitar el espacio del centro-derecha según la tendencia que marcan las últimas encuestas. Ignoro con qué tipo de propuestas lo va a hacer; pero lo que verdaderamente me desconcierta es pensar en qué le ven los potenciales electores para decidir -o al menos así manifestarlo en esas encuestas- que van a votar por esa opción. Más allá de que para ellos los nacionalistas representan al mismísimo demonio y que están en contra de la corrupción no se les conoce propuesta alguna de cierta enjundia. La marca, en su caso, se basa más bien en la imagen ‘fresca' (eso dicen) que proyecta su líder, Albert Rivera, y en el hartazgo hacia los partidos de siempre. Ahí parecen acabar sus méritos. El caso de Podemos es diferente, básicamente por un aspecto: dónde Ciudadanos peca de parco los de Pablo Iglesias sobresalen en palabrería; el problema es que la incontinencia verbal de estos nuevos gurús choca con el maravilloso mundo de las contradicciones. Siguiendo un clásico marxista -de Groucho Marx- «estos son mis principios, pero si no te gustan tengo otros». A partir de ahí cualquier cosa es posible, ya que lo importante no son las propuestas sino la mella que estas hagan en los sondeos constantes que publican los medios. Es lo que tienen las marcas, que es más importante lo que sugiere y proyecta la etiqueta que el contenido del producto. ¡Qué mundo más extraño!
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