a liberación de Ingrid Betancourt por parte del Ejército colombiano, después de seis años y medio en manos de la organización terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha sido una de las noticias de mayor impacto mundial de los últimos años. El prolongado secuestro de la política -era candidata presidencial-, junto con la presencia de ciudadanos estadounidenses en su forzado cautiverio y su vinculación personal con Francia acabó dando una enorme proyección internacional a su situación. Los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez, y el francés Nicolás Sarkozy trataron de mediar en diversas ocasiones para lograr su liberación. Al final han sido unidades militares colombianas las que lograron devolverle la libertad a ella y sus compañeros, un éxito para el presidente Àlvaro Uribe.

Colombia es un país azotado por los grupos paramilitares, el narcotráfico, la delincuencia común y, en especial, por las guerrillas -entre las que figuran las FARC- inspiradas en la izquierda más radical y con las que hace cinco lustros que el Gobierno tiene abiertas negociaciones para lograr su abandono de las armas. Las víctimas de estas organizaciones se cuentan por miles.

Sin querer restar un ápice del mérito atribuible al Ejército de Colombia por el resultado de la operación, éste no puede quedar desvinculado del fallecimiento en mayo de Manuel Marulanda, el 'número 1' de las FARC; circunstancia que puede haber facilitado las tareas de infiltración en esta organización terrorista.

El de Ingrid Betancourt es un ejemplo de resistencia del ser humano, como en España lo fue Ortega Lara, ante la adversidad y de firmeza en los valores de la tolerancia. Por eso, su vuelta a la libertad ha sido celebrado por todos en todo el mundo.