La crisis provocada por el distanciamiento entre la presidenta del Partido Popular vasco, María San Gil, y el líder estatal, Mariano Rajoy, lejos de remitir sigue agravándose a pesar de los intentos para tratar de minimizar sus efectos. El desencuentro entre ambos políticos es más que manifiesto y revela las dificultades con las que se enfrentan los conservadores para replantearse su estrategia política, paso imprescindible si se quiere reconquistar el espacio de centro y poder afrontar con ciertas garantías de éxito las futuras confrontaciones electorales.

Todavía se desconocen las razones reales de San Gil que justifiquen su actitud, ella apela a una falta de confianza en Rajoy, ya que la ponencia política redactada para el próximo congreso recoge todas sus aportaciones. A medida que se van conociendo más detalles de lo que está ocurriendo en el PP, toman cuerpo las interpretaciones derivadas de un juego de influencias y de las presiones ejercidas por antiguos dirigentes que adivinan que poco o ningún papel tendrán en el futuro.

San Gil, muy próxima a Jaime Mayor Oreja, saca todo su indudable crédito para lanzarle un órdago a Rajoy. La política vasca ha sorprendido a no pocos de sus compañeros en Euskadi con su retirada airada y la precipitada convocatoria de un congreso regional para el próximo mes de julio.

El indudable prestigio de María San Gil en el seno del PP y en la sociedad española por su incuestionable valentía frente al terror de ETA no puede hacer olvidar que sus tesis han obtenido unos resultados muy discretos en las últimas citas electorales. Han sido hábiles los dirigentes del PP al decir que «María (San Gil) somos todos» para evitar que se pueda utilizar la imagen de la líder vasca para atacar a Rajoy. Pero saben que, sin renunciar a las ideas básicas del partido, deben cambiar sus estrategias. Los enemigos son los terroristas, no los nacionalistas moderados con los que el PP ha pactado en el pasado y puede volver a pactar en el futuro.