Un nutrido grupo de organizaciones sociales de todo signo, en especial de tinte ecologista, con motivo de la reunión en Valencia de la Comisión Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, convocaron para anoche un apagón voluntario de cinco minutos como una expresión de toma de conciencia colectiva sobre la necesidad de modificar el comportamiento de la actividad humana en su relación con los recursos que brinda el planeta que habitamos, la Tierra.
Está reconocido que la mejor actitud frente a las posibles consecuencias de una agresión al medio ambiente es, sin duda, la de la prudencia. Amplios sectores de la comunidad científica están advirtiendo una preocupante aceleración en la modificación de los parámetros que conforman el clima, cambios con repercusiones sobre el entorno que, como mínimo, cabe considerar como inciertas.
A la vista de los datos relativos al seguimiento del apagón de anoche ha quedado demostrado que todavía queda mucho por hacer en materia de concienciación ciudadana sobre la conservación de los recursos naturales y la necesidad de reorientar las políticas energéticas de los países más desarrollados. El problema, como es fácil suponer, es muy complejo; pero ello no significa que haya que bajar la guardia. Seguro que las generaciones futuras agradecerán recibir una herencia medioambiental sana.
Es el momento de exigir a los políticos, en especial a los del primer mundo, que actúen con valentía e incentiven la investigación como garantía en la obtención de sistemas energéticos más eficientes que los actuales y, por supuesto, asequibles; sería inaceptable que los países menos desarrollados quedasen descabalgados del avance social y económico al que tienen derecho.
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