Las conclusiones de la cumbre iberoamericana clausurada el pasado sábado se han visto completamente ensombrecidas tras la impresentable diatriba contra el ex presidente José María Aznar y el empresariado español lanzada por el presidente venezolano Hugo Chávez, a la que respondió de modo contundente el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El tono desconsiderado y fuera de lugar utilizado por Chávez obligó al rey Juan Carlos a intervenir, mandándole callar. La frase que le espetó el Monarca, visiblemente irritado -«¿Por qué no te callas?»- ha dado la vuelta al mundo.

Para empezar, hay que reconocer en su justa medida la defensa de Aznar realizada por Zapatero, y que posteriormente agradeció el ex presidente en llamada telefónica tanto al jefe del Gobierno como al Monarca. El presidente actuó como debía y defendió los intereses de nuestro país ante un líder iberoamericano que no se distingue precisamente por su respeto a los valores democráticos. La reacción de don Juan Carlos, más allá de lo que establece el protocolo, es muy comprensible. El Rey se indignó ante las inaceptables críticas del presidente venezolano, incapaz de mantener un debate respetuoso. Una intervención que no se hubiera producido si la presidenta chilena, Michele Bachelet, hubiera parado los pies al líder bolivariano.

Socialistas y populares coinciden en defender y elogiar la actuación del Rey, aunque se acusan mutuamente. El PP critica la política exterior del Gobierno de Zapatero en Latinoamérica, mientras que el PSOE reprocha al Gobierno de Aznar que crispara las relaciones con algunos países hispanoamericanos.

Es lógico que los dos grandes partidos discrepen, pero debería quedar claro que el Rey, por su papel constitucional, no debe verse envuelto en este tipo de incidentes. Al margen del enfrentamiento con Chávez, ya en el plano nacional, convendría rebajar la actual crispación y lograr que la Corona no se vea implicada en el debate político.