Dicen los que entienden de esto que un político piensa en los próximos cuatro años -lo que dura una legislatura- y que un estadista tiene en mente los próximos treinta años. Y así es, porque un país se hace día a día, pero generación tras generación. ¿Qué habría sido del mundo si los grandes hombres de Estado del pasado hubieran pensado únicamente en su pequeña parcela de poder, en arañar unos votos, en aferrarse al sillón y en las próximas elecciones en vez de dejarse de tonterías para superar los enormes problemas que amenazaban a sus naciones? Seguramente la vieja Europa habría sucumbido ante las garras del fascismo. Pero no, ahí estaban los hombres que dibujaron la historia de una Europa moderna y libre.

Algo parecido ocurrió en España. Hoy se conmemoran 30 años de aquellas primeras elecciones generales del 15 de junio de 1977 que llenaron de ilusión al país. Una nación joven que recuperaba el derecho a voto arrebatado por las armas cuarenta años atrás.

Por suerte -quizá sean las circunstancias difíciles las que forjen a los grandes políticos- España contaba en aquellos momentos críticos con hombres -las mujeres todavía no contaban en estas lides- serios, inteligentes e intuitivos que supieron ver el paisaje treinta años después. No hubo rencillas y luchas de poder por trepar hasta una poltrona, no hubo zancadillas, insultos, golpes bajos.

Lo que se jugaba en aquellos días el país era demasiado crucial como para fijarse en bobadas. Lo que había que conquistar era el futuro y aquellos hombres -el espíritu del 77 lo encarna Adolfo Suárez a la perfección- supieron darse la mano y hacerlo juntos.

Menos mal que la transición se hizo entonces y no ahora, porque con la altura política de nuestros dirigentes de hoy, seguramente los resultados habrían sido bien diferentes.