Los resultados de los más recientes sondeos pintan un paisaje
difícil de digerir para el presidente del Gobierno, José Luis
Rodríguez Zapatero, y su equipo, que se han visto sometidos a una
prolongada e incansable política de desgaste por parte de la
oposición. Sus compromisos con el tripartito catalán, su actitud
ante la reforma educativa, muy contestada por amplios sectores de
la izquierda y la derecha, y su enfrentamiento casi permanente con
la jerarquía católica están proyectando una imagen del Gobierno
socialista que favorece la caída que reflejan las encuestas y, de
paso, dan alas a la oposición para desprestigiar al máximo la
gestión del Ejecutivo.
Pese a todas estas cuestiones, si miramos el año y medio de
«talante» con cierta tranquilidad, veremos que lo que Zapatero está
intentando es reformar algunas de las grandes lagunas que padece
este país, unas veces con más acierto que otras. El hecho de que un
presidente del Gobierno que ha mostrado valentía al sacar a
nuestras tropas de Irak, al conceder al colectivo gay los derechos
que se le negaban y al abordar las relaciones Iglesia-Estado,
proponga ahora rebajar los impuestos que pagan las empresas puede
resultar chocante e, incluso, algunos pueden considerar esta medida
ajena a las políticas de izquierdas.
Sin embargo, no se trata de hacer un guiño a los sectores más
conservadores dentro del socialismo español con una rebaja fiscal a
las empresas, sino de contribuir a que la economía, que comienza a
dar algunos signos de agotamiento, mantenga un buen ritmo y siga
con un crecimiento sostenido. De esta forma se contribuye también
al mantenimiento del Estado del bienestar. Aunque bien es verdad
que no se debe caer en la trampa y se deben aceptar los retos que
plantea la competitividad y asumir como necesario el control en el
gasto público.
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