Los comunicados etarras, los gestos de Otegi, las sospechas de
un posible inicio de contactos desde el poder con el mundo del
terrorismo, las esperanzas de una nueva tregua... nada de eso podía
materializarse. Al contrario, los dos últimos detenidos en Valencia
aseguran que su objetivo «prioritario» era matar. Seguir matando. A
empresarios, políticos, policías o lo que fuera. Y todo ello
mientras se desvelan los detalles de la estancia en Palma de un
asesino que pretendía atentar contra el Rey el año pasado y al
mismo tiempo que se intensifican las campañas extorsionadoras del
impuesto revolucionario.
Dicen algunos entendidos que ETA quiere matar ahora más que
nunca para forzar una negociación con el Gobierno, que parece
dispuesto a realizar algún gesto. Pues bonita manera de empezar a
hablar. Ocurrirá al revés. En tanto ellos sigan exhibiendo las
armas como moneda de cambio, el poder se replegará y continuará con
la estrategia que tan buenos resultados ha dado en los últimos
años: acoso policial, judicial, económico, social y político.
Saben los etarras y quienes les rodean que cada vez están más
solos. Y probablemente las generaciones más jóvenes estarán cada
vez más lejos de esos postulados radicales, ridículos, que
consagran la violencia como un medio para conseguir las cosas.
Por eso ETA, como afirma el presidente del Gobierno, tiene que
dar el primer paso, deponer las armas y luego, en igualdad de
condiciones, sentarse en una mesa de diálogo para tratar las
condiciones del armisticio y la disolución de la banda. Ése es el
proceso natural. Y mientras no ocurra así, mientras el precio a
pagar siga siendo la sangre y el dolor, los demócratas no podrán
sentarse frente a los asesinos.
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