Aunque quizá desde perspectivas diferentes y también con
distintos puntos de vista, dos organizaciones bien dispares, como
Greenpeace y Exceltur, han coincidido plenamente en su análisis de
la realidad actual de la oferta turística balear. Es un diagnóstico
que cualquiera de nosotros puede hacer sin necesidad de ser un
experto, aplicando simplemente el don de la observación. Que
nuestras zonas costeras han perdido una parte del encanto que
tuvieron antaño no es un secreto para nadie. Que a medida que
Balears ha ganado en confort, en comodidades y en progreso ha ido
perdiendo cierta calidad de vida, tampoco.
Es una paradoja, porque la llegada de la modernidad y de la
modernización nos ha proporciondo un estatus que nunca tuvimos,
unos ingresos impensables en otras épocas y un desarrollo feroz.
Pero, en contrapartida, se ha cobrado la tranquilidad, ciertos
elementos de nuestros paisajes, una parte del ambiente típicamente
mediterráneo que siempre disfrutamos. Y que, precisamente, es lo
que millones de turistas de todo el mundo han venido a buscar aquí,
como ahora empiezan a hacerlo también en islas como Córcega,
Cerdeña, Malta o Sicilia.
No tiene esta pescadilla fácil solución, porque volver atrás es
imposible, aunque siempre es posible mejorar con lo aprendido e
intentar conservar ese espíritu vacacional y apacible que
caracterizan nuestras islas.
Ambas organizaciones apelan al final de sus informes a la
necesidad de dar prioridad al entorno, al respeto al medio
ambiente, a la singularidad paisajística. Aspectos, sin duda,
importantes en los que habrá que seguir trabajando en beneficio de
nuestras islas y de los miles de turistas que nos visitan cada
año.
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