Zapatero todavía no ha aterrizado de la vorágine que ha provocado su elección y algunos ya le están achacando errores futuros. A todo gobernante se le dan cien días de cortesía antes de juzgar su talante o sus acciones. Hagámoslo también con él, especialmente a tenor de la oleada de ilusión que su triunfo ha despertado en muchos sectores de la sociedad.

De entrada -es algo que también arropaba a su rival, Mariano Rajoy- su forma de ser es completamente nueva: serio, joven, comedido y responsable, pero cercano a la gente. Una personalidad que le hará mucha falta a este país, tan dividido en el momento actual.

Su capacidad de negociación, de diálogo y de compromiso se pondrá verdaderamente a prueba en los próximos meses, cuando se vea obligado -él dice que lo hará de buen grado- a coordinar sus gestos con otros partidos políticos si pretende sacar adelante sus iniciativas en el Parlamento.

Y ahí es donde muchos empiezan a ver sombras y fantasmas, de los que todavía es prematuro hablar. Es fácil suponer el disgusto que para el partido hasta ahora en el poder significa volver a la oposición, pero eso no es suficiente para adjudicarle a Zapatero intenciones que nadie, en realidad, conoce.

En Balears sabemos muy bien lo que representa para la ciudadanía tener a dos gobiernos enfrentados. Un estadista que se precie de serlo ha de mirar más allá, hasta encontrar con su mirada a la gente de a pie, que es la que le ha dado su confianza y para la que gobierna. Aquí el Govern mayoritario debe poder llevar a cabo sus políticas, pues para ello cuenta con un respaldo indiscutible. No volvamos a caer en el error de enfrentar a unas instituciones con otras. De eso, por desgracia, ya hemos tenido bastante. Los socialistas pueden jugar ahora un importante papel: de oposición constructiva en Balears, y de puente con Madrid para lograr mejoras para nuestra Comunidad Autónoma.