Balears ostenta el dudoso privilegio de ser la comunidad
autónoma española con un mayor porcentaje de población inmigrante,
ascendiendo ésta al 13 por ciento, mientras la media nacional se
encuentra en la mitad, el 6,26 por ciento. Le siguen Madrid,
Catalunya y las comunidades mediterráneas y Canarias, mientras que
Extremadura, Asturias y Galicia están a la cola. Unos datos que
revelan qué buscan esos inmigrantes en nuestro país: trabajo, por
una parte, y un clima benigno, por otro. Porque a día de hoy la
población extranjera residente en España se agrupa en dos grupos
bien diferentes: los que vienen en busca de una vida mejor, a
buscar trabajo; y quienes eligen nuestro país como retiro dorado o
como oportunidad de negocio.
Los primeros llegan de países pobres, latinoamericanos y
africanos, en general; mientras los otros llegan del norte.
En nuestra Comunitat están presentes también ambos grupos y en
número abundante. Cabe preguntarse si esta gran presencia de
extranjeros en nuestra sociedad es positiva. En términos generales
habría que contestar que sí, puesto que denota cierta calidad de
vida que atrae a unos y a otros; y, por añadidura, nos aporta una
variedad cultural nunca desdeñable.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y al tiempo que se
hacían públicas las estadísticas sobre inmigración se conocían los
datos del paro que revelan una situación nada fácil, pues a la vez
Balears fue la región donde más subió en paro en 2003, año que se
cerró con casi cuarenta mil desempleados.
Todo ello debe llevarnos a la reflexión. Acoger inmigrantes ad
infinitum es imposible, porque nuestra calidad de vida bajaría de
forma drástica. Urge un planteamiento serio para integrar a los que
ya viven entre nosotros, pero con la mirada puesta en los
necesarios límites a nuevas oleadas.
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