Miles de chiíes se manifestaron el lunes en Irak en demanda de
la celebración de elecciones libres en el país, en un intento de
llamar la atención del secretario general de la Organización de
Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, sobre esta cuestión. Se trata,
sin lugar a dudas, de una legítima reclamación sobre unos comicios
que, antes o después y con las debidas garantías, tienen que
celebrarse para dar lugar a un nuevo Gobierno iraquí y a un nuevo
poder que entierre para siempre el régimen y los modos y maneras
del derrocado Sadam Husein.
El administrador civil norteamericano, Paul Bremer, tras su
entrevista de este pasado fin de semana con el presidente George
Bush, aseguraba que se mantendrá el calendario de traspaso de
poderes previsto por EEUU. Pero lo cierto es que los Estados Unidos
debieran ceder parte de la responsabilidad de esta transición a la
ONU, que es el organismo internacional competente para asumir estas
tareas.
Es verdad que la actitud de la Administración Bush se ha
suavizado y todo parece indicar que el proceso puede entrar en la
vía adecuada en los próximos meses. Y también es cierto que no es
bueno que los acontecimientos se precipiten de forma irreflexiva.
Es absolutamente preciso que exista un control de los constantes
brotes de violencia que se suceden en Irak para garantizar un
proceso electoral limpio y en libertad. Y eso debería hacerse
mediante la presencia de una fuerza de seguridad coordinada y
controlada por la ONU en la que, aunque exista presencia
norteamericana, ésta no sea determinante.
Mantener una fuerza similar a la actual sería entendido por los
iraquíes como una prolongación de la presencia de fuerzas de
ocupación que coartaría su libertad y su soberanía.
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