La situación en Oriente Medio se complica cada vez más tras la
dimisión del primer ministro palestino Abu Mazen y el frustrado
ataque del Ejército israelí contra el líder espiritual de Hamas,
Ahmad Yassin, que ya ha prometido fatales consecuencias para los
hebreos. Amenaza ésta que tiene todos los visos de convertirse en
una triste realidad.
En este contexto, Yaser Arafat, interlocutor rechazado por el
primer ministro israelí, Ariel Sharon, propuso ayer a Abu Ala para
el cargo que ocupaba Mazen, quien, por cierto, contaba con todo el
apoyo de la comunidad internacional y, muy en especial, con el de
los Estados Unidos, debido a su posición moderada. Precisamente
esta postura política ha sido la que ha hecho posibles ligeros
avances en el proceso de paz dibujado en la llamada 'Hoja de
ruta'.
La dimisión de Abu Mazen no ha hecho sino incrementar las
tensiones y volver a poner en peligro lo poco que se había
avanzado, pero su renuncia no es fruto de la casualidad. Desde la
misma Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y su
principal partido, Al Fatah, liderado por Arafat, se han puesto
todas las trabas posibles a la acción de gobierno de Mazen, sobre
todo en lo que afecta al control de la seguridad, un elemento
básico si se quiere poner coto a las acciones terroristas de los
grupos más radicales.
Cierto es que la inmediata actitud del Ejecutivo de Tel Aviv
tras la renuncia de Mazen no ha hecho más que empeorar más si cabe
las cosas. Las acciones militares israelíes son, las más de las
veces, desproporcionadas y en demasiadas ocasiones se llevan por
delante la vida de palestinos inocentes. Parece éste un momento
propicio para que ambas partes serenen los ánimos para evitar echar
por la borda lo poco conseguido hasta el momento.
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