Aunque ya estamos acostumbrados a esta noticia, a primeros de
año vuelve a golpearnos con idéntica fuerza: Balears encabezó el
incremento de los precios a lo largo de 2002 en la estadística
nacional. Nuevamente los ciudadanos de estas Islas tenemos que
soportar, además de los costes adicionales que supone la
insularidad, unas subidas de precios que se sitúan en el 4,5 por
ciento, constituyendo, como aduce la oposición, «el impuesto más
injusto, porque afecta a todos, con independencia de su nivel de
renta».
Así están las cosas y, mientras en el resto del país la media se
sitúa en el 4 por ciento -el doble de las previsiones del Gobierno
para el año-, aquí tenemos que añadir medio punto más, sin duda por
el efecto que la picaresca -sobre todo en el sector de la
hostelería y la oferta complementaria- ha ejercido en el redondeo
del euro, que ha desorbitado muchos precios. Y eso es enormemente
negativo si tenemos en cuenta que Alemania, uno de los principales
mercados emisores de turistas hacia Balears, registra un incremento
de sólo el 1,1%.
Y eso que, por ejemplo, el aumento del precio de la vivienda se
situó en 2002 en las estadísticas en un 2,9 por ciento, cifra del
todo inverosímil si nos atenemos a los vaivenes del mercado
inmobiliario en los últimos meses.
Desde el Gobierno, como estamos acostumbrados también, prefieren
seguir mirando hacia otro lado y auguran -como siempre lo hacen,
aunque no se cumpla- una contención en los próximos meses.
Sindicatos, patronal y oposición, por contra, han visto en estos
datos un verdadero problema que no sólo resta poder adquisitivo a
un ritmo alarmante al común de la ciudadanía, sino que provoca una
preocupante pérdida de competitividad a nuestras empresas. Todo lo
cual, unido al estancamiento económico y del mercado laboral,
dibuja un panorama difícil que el Ejecutivo debería afrontar con
seriedad en lugar de cerrar los ojos a la espera de que un milagro
solucione las cosas.
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